ULTIMA IMAGEN DE CIUDAD, 2010

Casa-Museo Oswaldo Guayasamín, Havana, Cuba

 

MERO ELOGIO

Por Elvia Rosa Castro

 “Pero, ¿qué puede ser en el vértigo una identidad?”.

  Elizabet Cerviño. Formato apaisado

 

Una ciudad pulcra no es una ciudad. El nacimiento moderno de las ciudades las une indisolublemente a la suciedad, al bullicio y la cagazón. Varios ejercicios literarios dan fe de ello: París llena de lodo en El perfume, como el Londres de Jack el Destripador. En análogas condiciones la manzana de Guns of New York…. Por su parte, Cirilo Villaverde nos describe la Habana de tal manera que despide un tufillo agradable a ensayo:

 

“Gobernando la Isla el excelente general Don Francisco Dionisio Vives, La Habana era otra Corte de los Milagros. La ciudad de intramuros se hallaba infestada de asesinos, ladrones y rateros. Inmenso garito, más de dos mil personas vivían del juego (…). Las atenciones de su gobierno (de Vives) redujéronse a la vigilancia política, dejando que viniera tras de él quien pusiera coto a los vicios sociales. Por esta causa vemos encomendada a su sucesor Tacón la obra magna de cambiar el aspecto de La Habana, lo mismo material que moralmente. Entonces nació la policía”

 

Una ciudad obstinadamente limpia y uniforme tiende más a ser una maqueta, proyecto sin olores y peor aún, sin memoria. Sin rayoncitos, ni tenderetes. Lista para unos ojos poco avisados y sin espíritu exploratorio, asaltados por cierta histeria que no comprende las abluciones en el Ganges, ni los tianguis de Tepito, ni los olores de Kreuzberg; y mucho menos se aventuran a compartir un drum dancing en las noches madrileñas del Parque del Retiro. Esas escapadas en tempo casi marginal enseñan más que mil tratados porque en estos es muy difícil asir la energía vital, esa fever que mana de tales sitios. Porque más allá de cualquier cosa, la ciudad es soma.

 

Una ciudad que se precie deberá provocar mareo, mucho mareo. Vértigo, embriaguez. Pues el caos está en su sino. Un torbellino que jamás se desvanece –al contrario- pero nos mantiene siempre entre la calma y el sobresalto, la solidez y la levedad, la repulsión y la atracción. Junto al boquete, la avenida; vecino del jardín, el asfalto.

 

Nuestra relación con los enclaves citadinos no se aparta del punto de vista y la ambigüedad. De ahí que sus mapas varíen según la experiencia de quien lo traza. Irregular y expresiva fisonomía. Nunca idéntica; y nosotros, fragmentos destilantes.

 

La última imagen de una ciudad siempre será una evocación que se hiperboliza por día. Y tendrá que ser hiriente. Tanto como el más inesperado de los abandonos.